Cuando era jovencito tenía un grave problema que tuve que solucionarlo con mucha inteligencia. Por cuanto, el problema radicaba en que no conseguía novia. No era un ser introvertido, más bien era un ser sociable y predispuesto a las conversaciones, No obstante, había algo que ahuyentaba a todas las chicas luego de entablar una conversación.
Muchas
personas me conocen y saben que me crie en una familia lectora. Desde muy niño
la lectura hizo que tuviera un lenguaje depurado. Muchas veces, entablaba
conversaciones con personas mayores y podía contenerlos los temas que trataban.
Luego, cuando volví a San Pedro, puesto que dejé el campo; era muy llamativa mi
forma de expresarme.
Ya
adolescente, iba a lugares en donde se reunía la gente joven y siempre que
conocía a alguna chica, ésta huida espantada cuando me oía hablar.
Algunos
de mis amigos bromeaban por mi forma de hablar y algunas chicas suponían que
era afeminado y con excusas se alejaban de mi lado. Y todo radicaba en que me
había criado en donde siempre estaba la corrección.
Cuando
detecte que ese era mi problema, ya que no encajaba en la forma de hablar
juvenil sampedreña de aquellos años, me replante la situación y encontré una
solución y no dudé en ponerla en práctica.
Recuerdo
que esa noche fuimos a bailar a la carpa Municipal, allá en Providencia. Y fue
ahí donde conocí a Daniela. Comenzamos a bailar y a conocernos, seguidamente la
invité a comer un choripán en la entrada del baile y puse en práctica la forma
en que me iba a comportar, es decir, la manera que iba a utilizar para seducirla.
En
todo momento me comportaba como un joven iletrado, tosco e ingenuo. Le hacía
preguntas carentes de sentido. Objeciones que no tenían base de lógica y eso la
hacía reír. Algunas cosas ella me preguntó, por ejemplo; dónde vivía, le dije
que en el campo con mi abuelo y que trabajaba con él en un desmonte. Le
comentaba que sabía hachar y que tenía un hermoso machete. Le hablaba de mi
perro Cabezota e inventaba muchas cosas inocentes que la movía a risa. Por
cuanto, pude seducirla y aceptó ser mi novia; claro está que su tierno corazón
de madre obraba en mí; quiero decir, me enseñaba cosas, me cuidaba y hasta me
recriminaba cuando obraba mal. Esta relación duro como tres años. Fuimos
felices.