miércoles, 12 de junio de 2024

Menos Palabras

           Cuando era jovencito tenía un grave problema que tuve que solucionarlo con mucha inteligencia. Por cuanto, el problema radicaba en que no conseguía novia. No era un ser introvertido, más bien era un ser sociable y predispuesto a las conversaciones, No obstante, había algo que ahuyentaba a todas las chicas luego de entablar una conversación.

         Muchas personas me conocen y saben que me crie en una familia lectora. Desde muy niño la lectura hizo que tuviera un lenguaje depurado. Muchas veces, entablaba conversaciones con personas mayores y podía contenerlos los temas que trataban. Luego, cuando volví a San Pedro, puesto que dejé el campo; era muy llamativa mi forma de expresarme.

         Ya adolescente, iba a lugares en donde se reunía la gente joven y siempre que conocía a alguna chica, ésta huida espantada cuando me oía hablar.

         Algunos de mis amigos bromeaban por mi forma de hablar y algunas chicas suponían que era afeminado y con excusas se alejaban de mi lado. Y todo radicaba en que me había criado en donde siempre estaba la corrección.

         Cuando detecte que ese era mi problema, ya que no encajaba en la forma de hablar juvenil sampedreña de aquellos años, me replante la situación y encontré una solución y no dudé en ponerla en práctica.

         Recuerdo que esa noche fuimos a bailar a la carpa Municipal, allá en Providencia. Y fue ahí donde conocí a Daniela. Comenzamos a bailar y a conocernos, seguidamente la invité a comer un choripán en la entrada del baile y puse en práctica la forma en que me iba a comportar, es decir, la manera que iba a utilizar para seducirla.

         En todo momento me comportaba como un joven iletrado, tosco e ingenuo. Le hacía preguntas carentes de sentido. Objeciones que no tenían base de lógica y eso la hacía reír. Algunas cosas ella me preguntó, por ejemplo; dónde vivía, le dije que en el campo con mi abuelo y que trabajaba con él en un desmonte. Le comentaba que sabía hachar y que tenía un hermoso machete. Le hablaba de mi perro Cabezota e inventaba muchas cosas inocentes que la movía a risa. Por cuanto, pude seducirla y aceptó ser mi novia; claro está que su tierno corazón de madre obraba en mí; quiero decir, me enseñaba cosas, me cuidaba y hasta me recriminaba cuando obraba mal. Esta relación duro como tres años. Fuimos felices.

                Este cambio de personalidad que realicé se debía a que en plena desesperación recordé la lectura del filósofo: Erasmo de Rostendam, en su obra: “Elogio a la locura”: –es mejor ser hijo de Baco que, un callado y misterioso erudito–. Esta obra es algo así como una sátira literal en donde el autor detalla como las personas ilustradas y sabía son aburridas y como son los hijos del rey Baco; así, alegres, divertidos, dispuesto al amor y a los juegos. Y estos son los preferidos por las mujeres, que a diferencias de los sabios que son aburridos y contundentes. Bueno, a mí la lectura me sirvió para algo y por eso hasta el día de hoy, continúo leyendo.          Abel Bustos 28/03/24     

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